Honor a Quien Honor Merece.
Difícilmente existirá otro Tlacotalpeño que haya desbordado todo el amor en su tierra, dedicando su vida a resaltar e incrementar su grandeza, por ello, de una serie de entrevistas realizadas por Honorio Robledo y Javier Amaro al Arquitecto Humberto Aguirre Tinoco, publicada por el Centro de Documentación del Son Jarocho el Miércoles 4 de Marzo del año 2009, me permitiré trascribir una parte como tributo a la grandeza artística de este Tlacotalpeño y como reconocimiento al gran legado cultural que deja a su pueblo:
Cuando yo era pequeño recuerdo el repiqueteo del Son en la “duermevela”, mientras me iba quedando dormido resonaba la música que se tocaba en la plaza de armas, y con ella me adormecía. Fui creciendo y mi vida estuvo siempre envuelta en la efervescencia del Son. Con ello me impregné y es parte medular de mi existencia. El Son, para mi, es un tónico que te nutre al escucharlo, y el bailarlo te llena de vitalidad.
En mis recuerdos de infancia quedó intensamente grabado el primer Fandango al que asistí con mi familia. Fuimos invitados par un sacerdote que iba a bendecir las propiedades que un ganadero había comprado par el Tesechoacán, y nos fuimos en una lancha río arriba.
Acá, en Tlacotalpan, todo es claro; el llano es amplio, sin escondrijos, y el río es ancho, pero remontar las aguas azulencas del Tesechoacán fue una prodigiosa experiencia a mis ojos de niño, pues el río se iba encajonando entre unos murallones. En aquellos tiempos los ríos tenían sus aguas con tonos verdes o azules, pues no habrá toda esa tala inclemente que provoca que las aguas bajen azolvadas, ni había contaminación. En las orillas del barranco crecían árboles altísimos, cuyas frondas se entreveraban en lo alto, oscureciendo el trayecto, donde gritaban y correteaban los monos, los loros y las iguanas. Ya ese viaje era una maravilla. Así llegamos al caserío, donde celebraron la misa en una explanada alta, para resguardarse de las crecidas. Yo era muy chico y me quedé dormido. Desperté al anochecer. Ya mucha de la gente se había regresado a Tlacotalpan, pero nosotros nos quedamos y ahí experimente una de las cosas más bellas e impresionantes de mi vida, pues lo primero que escuché fue el retumbar de la Tarima a lo lejos.
Hay un momento al anochecer al que le llaman "El Conticinio"; es un tiempo de oscuridad, por ahí por la media noche, en donde en el campo se hace un silencio total; los animales y las bestias callan. Los bichos enmudecen; nada se mueve y hasta el viento deja de soplar. En ese momento es cuando el retumbar de la tarima llenaba la noche entera.
Yo me acerque siguiendo la luz de las candilejas que iluminaban el Fandango, en una colina. Las candilejas eran una especie de teas, colocadas a buena altura, porque no había electricidad. Las candilejas, con esa luz amarillenta e inestable, iluminaban a los participantes del Fandango. La mayoría eran cañeros y campesinos, pero estaban todos renegridos por la zafra, así que, a la luz de las candilejas, las facciones se convertían en algo tremendamente espectral, pero al mismo tiempo con una enorme vitalidad, entre ese juego de luces y sombras desvanecidas con la noche invadida de Son jarocho. Las sombras devastadas de las fandangueras se proyectaban y se mezclaban en la pendiente de la colina, en un espectáculo silencioso, siempre cambiante. Yo permanecí extasiado durante horas, hasta que llegaron a buscarme, pensando que me había perdido...La tarima es el centro de la fiesta primordial, el Fandango.
En general los músicos empezaban a florear la Tarima con los Sones, calentándola, y entonces entraban las bailadoras experimentadas, que, a veces, hasta eran pagadas para animar el Fandango. Así, poco a poco, se iban incorporando las jóvenes, imitando pasos y las mudanzas de las mayores. En Tlacotalpan el Fandango era una fiesta popular, pues muy pocas señoritas de "buena familia" se incorporaban a los Fandangos de los barrios, aunque, por supuesto, casi todas sabían bailar y versar.
Para mí, desde mi experiencia y mi niñez en Tlacotalpan, el jarocho es la mezcla de los españoles con los africanos. De España vienen las guitarras y las formas de la danza…
De la serie de entrevistas tiene particular importancia este extracto, porque en el devela el maestro Tlacotalpeño el momento exacto de donde proviene el amor por sus raíces, que aunada a sus virtudes artísticas naturales y a su formación académica, engendran en su persona una combinación de capacidades que desarrolla en diversos rubros del arte y la literatura.
Patente de ello queda gravada para la historia de Tlacotalpan en sus hechos y obras como: la fundación de la Casa de Cultura, del Museo Salvador Ferrando, del Encuentro Nacional de Jaraneros y Decimistas, del diseño y construcción de la Plazuela Doña Martha, del rescate de la obra del Pintor Tlacotalpeño Alberto Fuster, la gaceta Tlacotalpan Cultural, donde publica una colección de 12 libros acerca de la vida y obra de diferentes poetas de Tlacotalpan, tales como Josefa Murillo, Julio Sesto, Gonzalo Beltrán Luchichí, entre otros, la creación del escudo de Tlacotalpan, la recopilación de obras del pintor tlacotalpeño Salvador Ferrando, la recopilación de objetos del músico poeta Agustín Lara, la autoría de libros como Sones de la tierra y cantares jarochos, El Tenoya, Crónicas de Tlacotalpan y diversos artículos para periódicos y revistas, gestiones como Director del Museo Salvador Ferrando, Director de la Casa de la Cultura Agustín Lara en Tlacotalpan y Fundador de la Casa de la cultura de Orizaba, recibió además el honor de ser nombrado Hijo Distinguido del estado de Puebla por sus investigaciones sobre las pirámides de Cholula y etnias.
En su obra “Desde Santiago a la Trocha: La crónica local sotaventina, el fandango y el son jarocho”, Ricardo Pérez Montfort, se refiere al maestro Tinoco de la siguiente manera…”:
La labor del Maestro Humberto Aguirre Tinoco por dar a conocer los múltiples valores culturales de la región lo convirtieron en un cronista obligatorio del acontecer jarocho tlacotalpeño y figura irremplazable a la hora de mencionar la fiesta, los fandangos y los sones sotaventinos. Él mismo escribió una crónica clásica a principios de los años setenta que llevaba el puntual título de “Lo jarocho, lo popular, lo perdurable”. Una especie de “esencia” jarocha se podía percibir en sus líneas, que recorrían el paisaje, los tipos, la cocina, las leyendas, la arquitectura, los trajes, las artesanías y sobre todo las fiestas, las músicas, las líricas y los bailes de los pobladores de esta ciudad sotaventina y sus alrededores. Recorriendo los instrumentos musicales, los diversos sones y sus antecedentes hispanos, se refería a la versada jarocha…”
“De cualquier manera, y fiel a la tradición de identificar el quehacer del cronista con el de describir, antes que cualquier otra cosa, la fiesta, con sus bailes y su música y relacionarlas directamente con la idiosincrasia jarocha, Aguirre Tinoco daba a conocer prácticamente cada año, a partir de la década de los setenta hasta los primeros años del siglo XXI, alguna pieza que rememorara las festividades de antaño o que recogiera las características del festejo sotaventino de la Candelaria. En 1995, el Instituto Veracruzano de Cultura reunió varios textos de este cronista bajo el título de Tlacotalpan está de fiesta que son, sin duda, ejemplos de literatura local de particular trascendencia. Las descripciones puntuales de los diversos elementos que componen el festejo, desde la cabalgata inicial hasta la procesión y el paseo de la Virgen que cierra las festividades, desfilaban por esta prosa elegante y bien urdida, que tanto se esmeraba en narrar las especificidades de los jarochos…”
“Así, la crónica de la fiesta tlacotalpeña y particularmente los empeños del arquitecto Aguirre Tinoco influyeron en la gran difusión y el renombre que actualmente tienen dichos festejos. Tal vez sin saberlo, pero a ellos también se debe que año con año, los primeros días de febrero La Perla del Papaloapan se convierta en una especie de Meca para jaraneros, bailadoras y versadores…”
Por su legado artístico y cultural, excelente persona, ciudadano ejemplar, amigo de todos, el Arquitecto Humberto Aguirre Tinoco, a su muerte es llamado a ser grande entre los grandes de Tlacotalpan y el más importante precursor cultural de Nuestra “Verde Ribera”.
Descanse en Paz.
H. Veracruz, Ver. 21 de Octubre del año 2011.
Lic. Mario Aguilera Mimendi.
Difícilmente existirá otro Tlacotalpeño que haya desbordado todo el amor en su tierra, dedicando su vida a resaltar e incrementar su grandeza, por ello, de una serie de entrevistas realizadas por Honorio Robledo y Javier Amaro al Arquitecto Humberto Aguirre Tinoco, publicada por el Centro de Documentación del Son Jarocho el Miércoles 4 de Marzo del año 2009, me permitiré trascribir una parte como tributo a la grandeza artística de este Tlacotalpeño y como reconocimiento al gran legado cultural que deja a su pueblo:
Cuando yo era pequeño recuerdo el repiqueteo del Son en la “duermevela”, mientras me iba quedando dormido resonaba la música que se tocaba en la plaza de armas, y con ella me adormecía. Fui creciendo y mi vida estuvo siempre envuelta en la efervescencia del Son. Con ello me impregné y es parte medular de mi existencia. El Son, para mi, es un tónico que te nutre al escucharlo, y el bailarlo te llena de vitalidad.
En mis recuerdos de infancia quedó intensamente grabado el primer Fandango al que asistí con mi familia. Fuimos invitados par un sacerdote que iba a bendecir las propiedades que un ganadero había comprado par el Tesechoacán, y nos fuimos en una lancha río arriba.
Acá, en Tlacotalpan, todo es claro; el llano es amplio, sin escondrijos, y el río es ancho, pero remontar las aguas azulencas del Tesechoacán fue una prodigiosa experiencia a mis ojos de niño, pues el río se iba encajonando entre unos murallones. En aquellos tiempos los ríos tenían sus aguas con tonos verdes o azules, pues no habrá toda esa tala inclemente que provoca que las aguas bajen azolvadas, ni había contaminación. En las orillas del barranco crecían árboles altísimos, cuyas frondas se entreveraban en lo alto, oscureciendo el trayecto, donde gritaban y correteaban los monos, los loros y las iguanas. Ya ese viaje era una maravilla. Así llegamos al caserío, donde celebraron la misa en una explanada alta, para resguardarse de las crecidas. Yo era muy chico y me quedé dormido. Desperté al anochecer. Ya mucha de la gente se había regresado a Tlacotalpan, pero nosotros nos quedamos y ahí experimente una de las cosas más bellas e impresionantes de mi vida, pues lo primero que escuché fue el retumbar de la Tarima a lo lejos.
Hay un momento al anochecer al que le llaman "El Conticinio"; es un tiempo de oscuridad, por ahí por la media noche, en donde en el campo se hace un silencio total; los animales y las bestias callan. Los bichos enmudecen; nada se mueve y hasta el viento deja de soplar. En ese momento es cuando el retumbar de la tarima llenaba la noche entera.
Yo me acerque siguiendo la luz de las candilejas que iluminaban el Fandango, en una colina. Las candilejas eran una especie de teas, colocadas a buena altura, porque no había electricidad. Las candilejas, con esa luz amarillenta e inestable, iluminaban a los participantes del Fandango. La mayoría eran cañeros y campesinos, pero estaban todos renegridos por la zafra, así que, a la luz de las candilejas, las facciones se convertían en algo tremendamente espectral, pero al mismo tiempo con una enorme vitalidad, entre ese juego de luces y sombras desvanecidas con la noche invadida de Son jarocho. Las sombras devastadas de las fandangueras se proyectaban y se mezclaban en la pendiente de la colina, en un espectáculo silencioso, siempre cambiante. Yo permanecí extasiado durante horas, hasta que llegaron a buscarme, pensando que me había perdido...La tarima es el centro de la fiesta primordial, el Fandango.
En general los músicos empezaban a florear la Tarima con los Sones, calentándola, y entonces entraban las bailadoras experimentadas, que, a veces, hasta eran pagadas para animar el Fandango. Así, poco a poco, se iban incorporando las jóvenes, imitando pasos y las mudanzas de las mayores. En Tlacotalpan el Fandango era una fiesta popular, pues muy pocas señoritas de "buena familia" se incorporaban a los Fandangos de los barrios, aunque, por supuesto, casi todas sabían bailar y versar.
Para mí, desde mi experiencia y mi niñez en Tlacotalpan, el jarocho es la mezcla de los españoles con los africanos. De España vienen las guitarras y las formas de la danza…
De la serie de entrevistas tiene particular importancia este extracto, porque en el devela el maestro Tlacotalpeño el momento exacto de donde proviene el amor por sus raíces, que aunada a sus virtudes artísticas naturales y a su formación académica, engendran en su persona una combinación de capacidades que desarrolla en diversos rubros del arte y la literatura.
Patente de ello queda gravada para la historia de Tlacotalpan en sus hechos y obras como: la fundación de la Casa de Cultura, del Museo Salvador Ferrando, del Encuentro Nacional de Jaraneros y Decimistas, del diseño y construcción de la Plazuela Doña Martha, del rescate de la obra del Pintor Tlacotalpeño Alberto Fuster, la gaceta Tlacotalpan Cultural, donde publica una colección de 12 libros acerca de la vida y obra de diferentes poetas de Tlacotalpan, tales como Josefa Murillo, Julio Sesto, Gonzalo Beltrán Luchichí, entre otros, la creación del escudo de Tlacotalpan, la recopilación de obras del pintor tlacotalpeño Salvador Ferrando, la recopilación de objetos del músico poeta Agustín Lara, la autoría de libros como Sones de la tierra y cantares jarochos, El Tenoya, Crónicas de Tlacotalpan y diversos artículos para periódicos y revistas, gestiones como Director del Museo Salvador Ferrando, Director de la Casa de la Cultura Agustín Lara en Tlacotalpan y Fundador de la Casa de la cultura de Orizaba, recibió además el honor de ser nombrado Hijo Distinguido del estado de Puebla por sus investigaciones sobre las pirámides de Cholula y etnias.
En su obra “Desde Santiago a la Trocha: La crónica local sotaventina, el fandango y el son jarocho”, Ricardo Pérez Montfort, se refiere al maestro Tinoco de la siguiente manera…”:
La labor del Maestro Humberto Aguirre Tinoco por dar a conocer los múltiples valores culturales de la región lo convirtieron en un cronista obligatorio del acontecer jarocho tlacotalpeño y figura irremplazable a la hora de mencionar la fiesta, los fandangos y los sones sotaventinos. Él mismo escribió una crónica clásica a principios de los años setenta que llevaba el puntual título de “Lo jarocho, lo popular, lo perdurable”. Una especie de “esencia” jarocha se podía percibir en sus líneas, que recorrían el paisaje, los tipos, la cocina, las leyendas, la arquitectura, los trajes, las artesanías y sobre todo las fiestas, las músicas, las líricas y los bailes de los pobladores de esta ciudad sotaventina y sus alrededores. Recorriendo los instrumentos musicales, los diversos sones y sus antecedentes hispanos, se refería a la versada jarocha…”
“De cualquier manera, y fiel a la tradición de identificar el quehacer del cronista con el de describir, antes que cualquier otra cosa, la fiesta, con sus bailes y su música y relacionarlas directamente con la idiosincrasia jarocha, Aguirre Tinoco daba a conocer prácticamente cada año, a partir de la década de los setenta hasta los primeros años del siglo XXI, alguna pieza que rememorara las festividades de antaño o que recogiera las características del festejo sotaventino de la Candelaria. En 1995, el Instituto Veracruzano de Cultura reunió varios textos de este cronista bajo el título de Tlacotalpan está de fiesta que son, sin duda, ejemplos de literatura local de particular trascendencia. Las descripciones puntuales de los diversos elementos que componen el festejo, desde la cabalgata inicial hasta la procesión y el paseo de la Virgen que cierra las festividades, desfilaban por esta prosa elegante y bien urdida, que tanto se esmeraba en narrar las especificidades de los jarochos…”
“Así, la crónica de la fiesta tlacotalpeña y particularmente los empeños del arquitecto Aguirre Tinoco influyeron en la gran difusión y el renombre que actualmente tienen dichos festejos. Tal vez sin saberlo, pero a ellos también se debe que año con año, los primeros días de febrero La Perla del Papaloapan se convierta en una especie de Meca para jaraneros, bailadoras y versadores…”
Por su legado artístico y cultural, excelente persona, ciudadano ejemplar, amigo de todos, el Arquitecto Humberto Aguirre Tinoco, a su muerte es llamado a ser grande entre los grandes de Tlacotalpan y el más importante precursor cultural de Nuestra “Verde Ribera”.
Descanse en Paz.
H. Veracruz, Ver. 21 de Octubre del año 2011.
Lic. Mario Aguilera Mimendi.